Así lo llamé, «el bolso del tesoro», la primera vez que lo vi en unas condiciones bastante diferentes a las que ahora mostramos.
El bolso del tesoro es un contenedor que tiene tras de sí una posible historia que puede encerrar un enigma.
Estaba este precioso bolso entre los muchos papeles que hablaban de crónicas anteriores a la II Guerra Mundial.
En un rincón de un vetusto y oscuro armario se apreciaba un trozo de metal plateado con unas piedras ennegrecidas por el tiempo y la humedad.
El personaje que nos lo mostraba decía que podía tratarse de restos de un botín abandonado con documentos, libros y algunos objetos que consideraban inservibles.
Me puse al habla con el propietario de la casa de antigüedades y le pedí un precio razonable para poder llevármelo a nuestra colección.
Lo sorprendente fue que ni aquel hombre ni nosotros apreciamos el valor que, una vez limpio de pátina y hongos, podía llegar a alcanzar.
Probablemente se trataba de un bolso forrado de terciopelo negro que pudo contener alhajas y que fue olvidado junto con restos de algo de mayor importancia.
El pequeño bolso tenía el aspecto de haber estado en contacto con mucha humedad o agua salada durante mucho tiempo.
Cuando tuve el bolso a buen recaudo, fuimos limpiando con mucha paciencia las piedras y el metal.
Descubrimos que se trataba de un bolso de plata con aplicación de adornos a modo de enrejados, bastoncillo y conchas.
Llevaba un conjunto de piedras semipreciosas sin tallar en varios colores, blanco, verde, ámbar azul.
La parte superior se abre para mostrar el interior forrado de terciopelo negro, con cierre formado por un gancho roscado de presión.
El bolso del tesoro es sin duda una de las sorpresas más hermosas de nuestros descubrimientos.