Las escenas urbanas en un bolso se suelen repetir en determinados complementos de principios de siglo XIX.
Uno de los neceseres que llegó a nuestras manos, quizás el primero, es este bolso que nos recuerda a los antiguos cantares que los charlatanes ambulantes narraban el las calles.
Aquellos cuentacuentos lo hacían con viñetas en verso, sobre acontecimientos de la actividad diaria o hechos trascendentes que atraían la atención de los transeúntes.
Nuestro neceser que reproduce las «escenas urbanas en un bolso».
Ese contenedor no era más que una narración sin palabras, de la vida diaria de una gran ciudad en los albores del siglo XX o finales del XIX.
Ir y venir de carruajes de caballos, caballeros auxiliando a las damas de la época a subir o transitar por las calles embarradas.
Momentos de la actividad cotidiana: niños jugando, tenderos ofreciendo sus productos, y como fondo grandes vías con enormes «rascacielos» de la época.
Este tipo de neceser fue muy popular y en el interior se podían encontrar casi de todo lo que necesita una dama para acicalarse, desde perfumes, peines, lápices de labios, coloretes, además de llaves o monedas, con un espejo de cortesía.
Se fabricaban en maderas nobles y, en algunos casos, las imágenes eran pinturas originales realizadas por artistas famosos.
Las asas podían ser de madera o de carey, pero también se encontraban asideros de plata con incrustaciones de piedras semipreciosas.
El bolso en manos de aquellas señoras era un signo de distinción y una muestra de la «mujer viajera».
El interior era acolchado con terciopelo, generalmente rojo, que denotaba una sensualidad mayor.